martes, 13 de octubre de 2009

El teatro colombiano en tres actos




“El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a si misma”, Arthur Miller



La luz se apaga e inicia la fiesta... el goce del teatro. Aquel que con el cuerpo y la voz construye otros mundos y los pone en los sentidos de los que quieren, que vuela con el espíritu y busca una absoluta alegría, así se base en la tragedia. Llegan los aplausos.
Cuatro voces hablan de la estructura del teatro en Colombia, cuatro voces exponen lo complejo y a la vez simple de este modo de vivir.




Primer acto – el talento
El sentimiento por el teatro en Colombia parte de la mano de unos soñadores que creen fervientemente en el talento de quienes se esfuerzan por llevar una vida en este mundo. Se reconoce en términos generales que no existe una cultura teatral pero se respira un renacer en lo que concierne al talento y a la capacidad de aprendizaje.
Para Diego Pombo, encargado de los montajes del grupo Barco Ebrio de Cali, en este medio hay de todo. “Se nota la diferencia entre los que inician y quienes ya tienen experiencia, todo responde a un proceso natural debido a que cada vez hay más información de los espectáculos y, por lo tanto, contacto con los artistas y sus obras. Hay parámetros en cuestión de montajes y todo ello sirve mucho a quienes está en la formación en el movimiento escénico nacional”.

Escena Barco Ebrio
Pero más que una muestra de habilidad es un asunto que sobrepasa las dimensiones de lo normal. Manuel Sierra, director de Domus Teatro, considera que el teatro en Colombia “es una supervivencia meritoria... es una expresión artística que no sólo persiste, se transforma, patalea y sobrevive. Lo que es bueno siempre cuesta”, afirma. Le suma que en Colombia hay una voluntad de inteligencia por la situación difícil que se vive. Esa voluntad piensa en el arte como única posibilidad para la convivencia, para rescatar al país por este medio.
Uno de los más veteranos teatreros en el país es el antioqueño Gilberto Martínez que ha sido testigo de gran parte de la historia de las tablas. Para él, el talento colombiano para hacer arte es altísimo en parte por la exuberancia del país en todos los sentidos. “Desafortunadamente hemos llegado tarde a la cultura del teatro, los medios y las técnicas son desconocidas en muchos casos para nosotros. No hay talento si un actor no prepara su instrumento: su voz y su cuerpo”, sostiene Martínez quien lidera el proyecto Casa Teatro en Medellín.
A esto Cristóbal Peláez, director del galardonado Matacandelas de Medellín, le añade que si existe alguna deficiencia se centra en la falta de capacitación y formación para quienes dirigen los procesos. “Colombia tiene un problema muy grave y son los directores. Somos empíricos y muchos nos hemos fortalecido técnicamente pero hemos descuidado la parte estética y filosófica”. Según Peláez los directores son unos papás para los muchachos que llegan en busca de calor, son quienes fortalecen el espíritu del humano para volverlo actor y esa mezcla es la que hace del colombiano un defensor del lenguaje y del arte.

Segundo acto – la gestión

Para nadie es un secreto lo que representa vivir del arte en Colombia. Salvo contadas excepciones, los actores y quienes se sumergen en las tablas deben mezclar su talento histriónico con habilidades administrativas y de gestión para garantizar la permanencia de la compañía.
La compañía Matacandelas necesita cada año de 300 millones de pesos para mantenerse, para conseguirlos tienen que presentar casi 300 funciones al año. Peláez afirma que es muy difícil mantener un promedio tan alto de presentaciones pero que tampoco es imposible si la calidad es su principal herramienta de trabajo.
“Hay que reflexionar que el mercadeo condiciona a la expresión, tiende a determinar el gusto, se vuelve impositivo y restrictivo y puede ser un elemento de censura. Sin embargo, no podemos abstraernos y tenemos que jugárnosla para mantener el qué hacer intacto para que siga creciendo. Hay buena voluntad de algunas personas eficaces en campos administrativos que nos plantean que somos incapaces pero en muchos casos claudican. Esto es difícil, esto no es vender cuchillas de afeitar”, expone Sierra.
Ante la dificultad existen programas gubernamentales en los que las compañías apelan a recursos estatales a través de la presentación de proyectos que les permiten un compromiso mayor con la comunidad en contraprestación.

“Quienes tiene el poder decisorio cada vez son más conscientes de la necesidad de generar identidad con eventos que convoquen multitudes y en las ciudades se está viendo como un renacer. A pesar de la crisis hay un gran movimiento; ejemplos como Salas Concertadas, los programas de incentivos, los festivales, becas para los más destacados. Estamos resurgiendo con recursos que permiten iniciar de nuevo. Teniendo dinero hay más y mejores montajes”, sostiene Pombo.
Pero no todo es color de rosa. Gilberto Martínez afirma que el Estado confunde gestión cultural con ‘tramitomanía’. “Son cerros y cerros de papeles, es el encuentro antagónico de lo que se hace y lo que se recibe. Es increíble el tiempo que se pierde en gestiones que terminan siendo inútiles, debe haber un mecanismo para facilitar todos estos procesos. Para cobrar en mi sala de Medellín necesito sacar 17 permisos y es terrible. Nos allanaron en plena función para contar cuantos espectadores eran para cobrar impuestos”, puntualiza Martínez.
“Aprender a aguantar hambre”: Enrique Buenaventura
Una vez al maestro Enrique Buenaventura un estudiante le preguntó qué se necesitaba para hacer teatro, su respuesta fue: “aprender a aguantar hambre”, ante esta realidad los cuatro artistas sostienen que hay mucho que aprender para negociar, pero sin ceder al tan criticado teatro light y sin arriesgar la condición estética que es el máximo valor de este arte.
Tercer acto – el público

“En Colombia casi todos cantan, bailan, escriben algo bonito parecido a un poema… no se puede decir lo mismo del teatro. No todos han ido. No podemos decir que hay tradición teatral y hay carencia de público”, plantea Sierra reconociendo que la ardua tarea de formar público es una necesidad si quieren que las agrupaciones y las propuestas escénicas crezcan. “No podemos caer en el asunto del mercadeo simple, es muy ingrato tener que pensar en la obra que le gusta a la gente, o porque se vende, etc.”, anota Sierra.

Pero ya existen muestras de un trabajo serio en formación de público: En Medellín un bus recoge a varias personas que viven en barrios marginados. Los llevan, les muestran teatro, hablan de la presentación y se explican algunos aspectos claves. Según las estadísticas que manejan en la Casa Teatro, seis de cada mil que participaban por primera vez en el proyecto habían ido una vez a ver una obra.
“No hay cultura teatral... hay que partir de ello pero nos hemos encerrado. No hay un público, hay varios, y cada función tiene un público específico. A los muchachos que ven por primera vez hay que perseguirlos con obras de calidad y no se le puede dar lo que pide. Desafortunadamente si fuera así tendríamos que mostrar vallenato y dar aguardiente porque esa es la costumbre. Hay que ensayar con cosas nuevas pero es un proceso que avanza muy lento”, argumenta Martínez.

En los festivales los teatros se llenan, en la cotidianidad no es lo mismo. “A veces hay que llevar el público amarrado y el cambio depende de la inteligencia para plantear el asunto y de muchos años de intentos basados en la calidad. Hay que crear un público que se destaque, uno por uno, que permita sorprenderlo, afligirlo y hasta agredirlo en un teatro... despertar el sentir es la función del arte y eso es lo hermoso, lo bello”, anota Sierra.
“Hay que darles a Séneca, García Lorca, Beckett, Andrés Caicedo… al público hay que darles a los mejores porque los mejores se reconocen así nunca se hayan visto. Es la belleza de la estética, es la magia de la fascinación, es lo hermoso de la vida… el teatro alimenta el alma y eso es lo mejor de vivir”, concluye Cristóbal Peláez.

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